28 de abril de 2012

Historias de invierno: día blanco, regalices rojos

Esta mañana al levantarme he subido la persiana y el día era blanco. He notado una claridad tan invernal que las sospechas han surgido rápidamente.

El día es blanquecino como los recuerdos de mi infancia y todos los inviernos vividos. Aunque también podía ser calificado de día gris claro, porque en mi pueblo el cielo era así. Recuerdos industriales y poco hechos, de fina lluvia y aire contaminado.

El caso es que me he dado cuenta de que me he despertado en 1982, tal vez 83, no importa. Pero frente a la casa de mis padres puedo ver la pared de ladrillo en la que cuelgan carteles de El hombre elefante y También los ángeles comen judías, que son pelis de actualidad, la de entonces. Seguramente confunda los años, pero ya digo que eso me da igual porque lo importante es que he despertado en otra época. La tienda de alfombras de al lado del muro de ladrillo vuelve a estar en su sitio, es alucinante, no puedo explicármelo. Las cosas están así.

¿Qué puedo hacer? A ratos llueve y me da reparo salir a la calle. He puesto la radio unos segundos… Radio Popular (Herri irratia zuekin, nino nino) aparece por ahí… con viejas voces anunciando no se qué comercio en Rodriguez Arias, pero prefiero apagar el aparato porque empiezo a sentir pavor. Todo es gris o blanco. Blanco es lo más optimista. No como ahora (?) que hasta sale el sol de vez en cuando, aunque también llueve y hace viento, todo consecutivamente en un mismo día. En aquella época, quiero decir, hoy (?), el color, el ambiente, era más plomizo y opaco. Ah, ¡y también había muchas barbas y trencas!

Siento repentinamente muchas ganas de salir y comprar gominolas y tal vez algún bolígrafo en la tienda de chucherías, cercana a la iglesia de Santa Teresa, una tienda que era mitad librería y mitad de caramelos y cuatro revistas.

Logro salir a la calle. Todo parece de lo más normal y creo que me he vuelto loco definitivamente. ¿Y si veo a algún conocido? ¿Tendrá el aspecto de cuando aquello o no? No me vale con ver al párroco de aquí al lado, ese sigue como siempre, de los típicos que no cambian, pero ¿y los demás? ¿podría encontrarme con algún viejo compañero del colegio? Apenas vive nadie ya en este pueblo de mis años de colegio, tampoco del instituto. No sé, no sé qué hacer. Me he sentado en el escalón a la entrada de la mercería frente a la tienda, lo cual es una suerte, pues dicha mercería ya no existe. Allí me como los regalices rojos que he comprado en la tienda. He visto que sigue como antes, con la misma señora que parece no haberme reconocido. Están buenos los regalices. Mientras miro a la zona de aparcamiento que hay en la plaza, que ya no existe, o a la tienda de muebles “Casanova” que tampoco existe.

Todo esto es un misterio… como ese cartel a medio arrancar de UCD en la pared de la iglesia. Me pregunto por la carnicería de la esquina, antes de que pusieran una pastelería que nunca tuvo gran función en esta zona de la calle, o la tienda de ultramarinos de aquel señor cuyas canas resplandecían y parecían lo único luminoso en su oscuro local lleno de sacos de patatas y otros alimentos. Y llegados a este punto no podía dejar de pensar en comprar un bollo en la panadería que hubo al lado de casa, un bollo de los que hacían en Harino Panadera, la fábrica donde trabajaba mi padre.

Todo esto es muy fuerte. No, no quiero saber más, solo quiero acabar de comerme los regalices, ¿qué hago yo comiendo regalices a las once de la mañana sentado en la entrada de una tienda que solo es un recuerdo? ¡Y solo por despertar en un día blanco!

Observo una pintada en la pared al otro lado de la tienda de chucherías, ya junto al colegio. Pone “Non dago Mikel?” y recuerdo que esta enigmática pregunta hace referencia a la desaparición de un activista político en manos de la policía en rarísimas circunstancias, cosa que solía ocurrir de vez en cuando. Porque ciertamente las pintadas no pueden faltar. La palabra ”Amnistia “ se estilaba mucho y, por supuesto, la más famosa de todas que no hace falta mencionar por no herir sensibilidades.

Bueno, se me va la cabeza, y no tengo claro si quiero volver a casa, acostarme y dormir lo suficiente hasta recuperar mi tiempo, o seguir paseando por los restos de mi memoria y la memoria del lugar donde nací y crecí. Tal vez sea demasiado fuerte y acabe en el desmayo. Lo pienso, pero no importa, mis pies se dirigen finalmente hacia la tienda para comprar más regalices rojos. He decidido dejarme llevar, ¿qué importa?  a fin de cuentas lo de ahora (o lo de antes, según se mire) no es más que morralla de adulto, un estar por estar, un gastar días sin apenas esperanza. El principio del fin.

Pues nada, lo dicho, me quedaré por aquí a ver qué pasa, que esto no se vive todos los días.

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