28 de abril de 2012

Historias de invierno: Alguien que entra y sale

Bueno, ahora vivo en una casa que tiene un pasillo muy largo y estrecho. En realidad es bastante lúgubre. En uno de los lados están las habitaciones pero en el otro lado no hay nada, pared lisa, ni un triste cuadro o adorno.

Se ve poco aun con la luz encendida. No debería ser legal este tipo de pasillos. En ellos no se puede uno revolcar, ni jugar a nada… tan solo metros de vacío desperdiciados.

Me he acabado acostumbrando a este espacio tenebroso y al recorrido hasta mi habitación. Es duro, sí. Y ahora resulta que encuentro el pasillo como una analogía de mí mismo, pero éste ya es un asunto demasiado metafísico y ustedes necesitan descansar.

Yo iba a lo siguiente; el caso es que noto que éste largo pasillo no dice toda la verdad, pues por la noche oigo algunos ruidos. Creo que alguien recorre la casa de lado a lado, siento los pasos… Alguien entra cuando yo me distraigo o duermo. Creo que da miedo, ¿serán fantasmas? Seguramente, pero la duda es lo peor y la imaginación vuela sin atender a racionalidad alguna.

Me gustaría hablar de la primavera y de lo bonita que es la vida, incluso lo deseo, pero chicos, no hay manera. Lo cierto es que sé muy poco de la primavera, así como al invierno lo conozco como si lo hubiera parido.

Y aquí, en esta casa, en este pasillo, es siempre invierno. Por eso me extraña que vengan gentes a escondidas, deambulando de arriba abajo como si tal cosa, ¿vendrán abrigados? Es más lógico pensar que lo que vienen es a resguardarse del desapacible exterior sin saber lo que hay aquí.

Curioso que aún hoy  haya personas que entren en mi vida. Y salgan. Sucede lo mismo que en la dichosa casa de altos techos y pasillo de terror. Sin yo apenas darme cuenta me veo albergando huéspedes, en el alma, el corazón, el cerebro y quizás en alguna otra parte. Alguien que patina a través de mí y se deja caer en las paredes acolchadas. No digo nada, dejo que suceda y sucede. Los que se van dejan la puerta abierta y de repente me siento helado porque tras ellos entra el invierno y no me libro de gripes ni de locuras. Y dale, que siempre acabo en la metafísica. El lastre de la metafísica, siempre disponible para explicar nada.

Quiero cambiar todo esto, de casa y de pasillo. Vigilar la puerta pues la abren aunque cierre con cuatro vueltas de llave y aunque mi misantropía asome desde la ventana que da a la calle. No quiero que entren sin permiso. Al menos hasta que se me pase el resfriado.

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