18 de diciembre de 2012

Reunión de vecinos


Ocho de la tarde y ya es de noche. Hoy toca reunión de vecinos. Se han de tratar algunas cuestiones: las obras para el ascensor, el agua de la vecina del tercero que no deja de caer, el sistema inmunológico de los batracios durante la menopausia y todas las cosas que nos gustan.

Mis avances en el arte del dibujo me sorprenden a mí mismo y éste que les muestro es un retrato fiel, hiperrealista, casi fotográfico, de lo que es la reunión de que les hablo.

Jacinto, Rosi, Darío y otros señores casi decentes se forman en círculo y comienzan a gritar. Eso es lo primero que debe hacerse en una auténtica reunión vecinal. No hay niños, no hay lugar para ellos ahora, estorban. En realidad casi todos estos señorones y señoronas de edad avanzada están quemados el uno por el otro.

Están hartos de oir discutir a gritos a los hermanos, hijos de Rosi, del segundo centro. Todos saben que andan metidos en drogas. Al pequeño de ellos se le oye berrear por el patio, y es imposible de distinguir lo que dice pues no vocaliza, a causa de los nervios y de tanta ira que dispara hacia su hermano. Insulta a su madre y muchos ya se imaginan que es por eso; porque es un cocadicto y que además vende. Todos los domingos por la mañana tienen jaleo.

Darío, del primero centro, está sordo y puedes oir su televisión a la una de la madrugada tranquilamente, como si la tuvieras en tu propia casa. Por eso, los demás vecinos del primer piso han bajado a la reunión deseosos de increparle e incluso es posible que alguno de ellos vaya armado con algún objeto punzante y dañino, esperando la ocasión, el mínimo desaire del señor Darío, para abalanzarse sobre él y aplicarle una merecida sesión de acupuntura despiadada y vecinal.

¿Qué decir de los perritos? Tampoco aquí hay lugar para ellos. Pero cada vez hay más en este edificio. Están de moda. Y los perros rascan en el suelo a las siete de la mañana y eso molesta.

Hay ganas de ajusticiamiento para esa pareja de vecinos jóvenes que ha llegado hace un par de meses escasos al vecindario. Tal vez sean recién casados pero el caso es que tienen un perrillo de esos, tipo bulldog, o como se llame esa raza de perro enano y feo. Y el perro mea donde no debe. Ella es guapa y parece simpática. Tiene una estupenda y repelente voz de pito, pero la toleran porque es pelirroja. El maromo es un nota con cara de gilipollas, como casi todos los jóvenes modernos, y gasta trazas de tipo vulgar, hecho a molde. Pero tiene coche, y quién sabe si a lo mejor carrera, y eso ya parece ser suficiente para tener hacia él mayor consideración que hacia otros.

La vieja del cuarto ha destrozado el tendedero de ropa de los del tercero porque se le ha caído un tiesto, y ahora dice que ella no ha sido, ni era su tiesto ni era nada. Se la ve que no es muy lista, aunque en realidad da pena, porque tiene que soportar a un marido alto, con boina, e intoxicación etílica permanente. Una vida de aquellas vidas. Soporta a un alcohólico y encima hazle la comidita todos los días.

Los del primero izquierda, que eran una pareja de mediana edad con dos niños, se han ido sin pagar la renta. Una rubiasca con cara de mala leche que caía fatal a todo el mundo. Y el marido, otro soplanucas de la misma cuerda. Con las llaves del coche siempre en la mano y una melenita estúpida y rizada, lo cual es intolerable. Su casa se llenaba de gente, seguramente porque también vendían drogas, o a lo mejor eran amigos, igual de babosos que ellos.

La pobre vecina del quinto es viuda y tiene un hijo mongoloide. Una pena. Seguramente se salve de la quema. El chaval fundará un nuevo hogar con una novia gordísima que tiene y serán los dos tan infelices como el resto. A fin de cuentas, es a lo que todos aspiran.

Ciertamente hay mucho tonto rematado. Pero también hay algunos cabales. La del segundo derecha es una joven viuda con dos hijos, niño y niña, y es muy simpática, buena gente. Recuerdo cuando el chico cantaba a grito limpio canciones de moda realmente insoportables. Sin duda el niño es algo marica porque cualquiera no canta esas cosas. Por lo visto dejó de verse atraído por el mundo de la canción ligera y ahora tiene un perrito, cómo no, que molesta igualmente.

La gente es la gente. La vida es así. La vida es esto. Nadie quiere pagar el ascensor, por supuesto. Pero lo pagarán. Se oyen gritos durante todo el acto. Da lo mismo quién y cuánto griten, nadie hará caso de nadie pero todos acatarán y pagarán. El fontanero arreglará lo necesario para que no vuelva a haber goteras en ningún cerebro.

Dos horas de reunión y se masca la tragedia. Me conformo con trazar unas líneas más y rematar la obra que les muestro. Es suficiente y estoy cansado. 

Solo quería mostrarles lo vulgar de esto que llaman vida. Una vida colmenera y ruin. El portal, los vecinos; todo tan entrañable. Esto, tan solo una muestra ligera, sin muchos más detalles, lo escribo en memoria de mis antiguos vecinos.

En mi antiguo portal, el de toda la vida, hay muchos nuevos que ya no conozco y que  tampoco quiero conocer. Gente normal, ya saben; esa gente que grita, que trota por las escaleras a cualquier hora, en definitiva, que molesta. Pero el pasado es el pasado, y yo recuerdo aquello y poco más puedo decir. 

No sé, de todos modos creo que no hay futuro sin reunión de vecinos. Ahora ya no queda nada. Adiós.