8 de septiembre de 2012

RRHH négatif. L'entrevue d'emploi.


Todo pudo haber sido distinto. Pero acabó en tragedia.

Me citaron para una entrevista de trabajo, por una oferta a la que me inscribí sin saber por qué. Seguramente porque alguien dijo que en esta vida hay que trabajar para ganar dinero. El que quieran darte. Y el dinero es Dios, y no se discute.

En todo caso, allí me presenté, puntual. Cumplía algunos de los requisitos en cuanto a conocimientos y demás para el puesto en cuestión. Pero eso, ya saben, no garantiza nada.

Aparecieron ante mí dos seres como los que pueden observar en la imagen. Esta clase de gente es así. Y yo suelo retratarla con pulcra exactitud. En este caso se trataba de un hombre y una mujer horribles. Vestidos formalmente, con traje. De esa manera estúpida que la gente considera elegante. Aunque a mí esta típica indumentaria con la que la gente seria y formal pretende engañar al resto, siempre me produjo pura repelencia y la determinación de no abrir jamás la puerta de casa a alguien que llamara al timbre con semejante aspecto. En definitiva; trajes, seriedad, protocolo... es algo de lo que siempre intentaré estar lo más alejado posible. Y más tratándose de personajes como los que les comento.

Su dedicación a la búsqueda de personal para ciertos empleos, eso que llaman eufemísticamente "Recursos Humanos", les hace aún más inhumanos si cabe. Parecían funcionarios de la administración. Ya saben, los típicos que no dan un palo al agua, viven a tu costa y encima se creen que te hacen un favor atendiéndote, cuando resulta que es al revés. Y además tienes que darles las gracias.

Me dijeron que precisaban para la vacante a alguien joven, dinámico y con muchas ganas de trabajar.

Inmediatamente comprendí que no era yo la persona indicada para el puesto.

"Dinámico" siempre me sonó al famoso dúo. Lo de las ganas de trabajar me resulta impensable, propio de masoquistas. Y bueno, tampoco soy muy joven. Hay mucha nostalgia últimamente en mis días y en mis pasos. Y canas tampoco faltan en mi cabezota de aldeano.

Mi deseo en el momento fue insultarles, reirme de ellos, prender fuego a su oficina. Me parece lo más lógico, frente a rostros tan lamentables.

Pero no pasó nada de esto. Reconocieron mi falta de aptitud y, sin pensarlo dos veces, dictaminaron sentencia sobre mí de manera enérgica: Usted debe morir.

El caso es que acepté, sin saber por qué. Seguramente alguien dijo alguna vez que todos debemos morir algún día. Cerré los ojos y ya está.