Esto es el centro, o no, y yo lo descubro de nuevo. Pero ahí se acaba todo.
Luciérnagas apagadas y largas colas para entrar al museo.
Los coches circulan volviéndonos a todos locos.
Ilustres mendigos y miserables caballeros arrastran la vida,
unos hacia arriba y otros hacia abajo, pero como siempre.
Llego a una plaza y la gente conversa y muerde el aire
y dicen ver a dios y al caudillo jugando a las canicas
pero creo que mienten.
Me siento en un banco a ver crecer la hierba en el asfalto.
Todos ríen y se divierten mientras miro al vacío.
De repente me doy cuenta de que el suelo está mojado
y recuerdo haber llorado,
pero no recuerdo por qué.

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