10 de septiembre de 2010

La fábrica de Blas

Blas es mayor. Blas tiene familia. Blas no es nadie pero trabaja en una gran fábrica productora de muñecos. Blas fabrica maniquies durante ocho horas diarias que a veces son más.

El trabajo en cadena es estresante por lo que todos se agotan y mueren de asco cada día. Una cabeza por aquí, un brazo por allá y la figura queda lista para ser exhibida en cualquier escaparate, vestida según los dictados de la moda. En los grandes almacenes que tanto se anuncian por la radio y en tienditas sin nombre, allí se encuentran ellos, sin gesto ni identidad al igual que sus creadores, arropados con pantalones de lo más chic y camisas francamente provocativas. La gente los observa y elucubran obscenos pensamientos, retorcidos casi siempre, y claramente fetichistas. Los maniquies inspiran en la mente de los transeuntes cierto amor al plástico que los transporta a un helado paraíso donde lo material reina a todos los niveles.

Blas pasea por las calles de la ciudad oculto en su anonimato eterno y seguro, y también los mira como el que observa a sus hijos vestidos de esperpento y coloca en su cara un claro gesto de desaprobación; ¡Qué se habrán creido!, ¡Vestir así a mis criaturas! En fin, hay que adaptarse a los tiempos, piensa, por lo menos los angelitos de plástico no envejecen ni muestran ningun tipo de sentimiento, lo cual es grandioso y digno de envidiar... pues a estos maniquies nada les altera ni les hace estremecer.

La fábrica de maniquies lleva veinte años en funcionamiento y es el pan de Blas y de tantos otros. A veces Blas se identifica con estos muñecos por su claro rol de títere manejado al antojo de otros que están por encima. Un pedido de treinta piezas irá destinado al centro comercial de las afueras, el lugar de encuentro y sagrado consumo de cientos de personas que gastan y gastan sin apenas saber porqué.

Pero los meses se escapan a toda velocidad y ahora los encargos son mínimos por lo que la paga de los empleados de la empresa se ha visto reducida considerablemente. Una crisis que a veces se da en ciertos sectores. A nadie le importa un muñeco, salvo a empresarios, a los guardias urbanos, a políticos o a los que se enamoran en un plis plas... Es una auténtica pena. Los responsables de esta factoría de personas huecas han decidido acortar la cantidad de plástico destinada a la fabricación de estos maniquies. Ahorrar en materia prima es fundamental para poder mantener el orden de las cifras, de los sueldos y las ganancias. Por lo tanto, sin dudarlo, la cantidad de muñecos producidos será la misma pero esta vez se harán más finos, más delgados, flacos e incluso sin rostro. Tendrán la cara plana como ese vecino tuyo, el del tercero. A Blas esto no le importa, ¡Y por qué habría de importarle semejante estupidez con tal de que le paguen todos los meses como es preciso?! Sin duda es un gran acierto estirar a los muñecos.

Se hicieron varias series de estos replicantes insulsos que fueron a parar a unas nuevas galerías de modas y estropicios textiles, y estas se propagaron por muchas otras ciudades de la región. Lo que sí es cierto es que a los maniquíes flacuchos les sobraban varias tallas, lo cual suponía un problema estético y de imagen para las nuevas marcas que asomaban por los resplandecientes escaparates de los citados locales. Y así, modistos y empresarios, vendedores y mercachifles decidieron reducir también las tallas de la ropita que tan ansiadamente deseaban vender al resto de los fieles. Y los fieles, como bien saben, son en su mayoría jóvenes que siempren necesitan ponerse encima toda clase de prendas que ven anunciadas por la tele o en las revistas, con las cuales pueden sentirse a salvo, perteneciendo al rebaño tan fácilmente domesticado. Ropita gris para chicos con carita de afectados y coeficiente -10, colorines agresivos e impresionantes destellos de modernidad pastillera para ellas; imagínate la película.

El caso es que las tallas de los pantalones y hasta las camisas eran tan mínimas que provocaban más de una indignación para algún/a adolescente que quedaba fuera de estadística, marginada y a dos pasos del complejo de gorda que no encuentra unos pantalones decentes donde entrar sin calzador. Yo desde luego también me irritaría y defecaría sobre el Todopoderoso viendo lo que hay y teniendo que buscar y rebuscar por otros comercios que no fueran esos tan en voga, donde todos van... dios qué trauma! Además el resto de tiendas de ropa fué tomando ejemplo del buen hacer de estas galerías megafashion y no dudaron en actualizar su imagen exponiendo esas gloriosas marcas, imitaciones incluidas, que tanto furor causaban en la juventud divinotesoro. Y por supuesto, los maniquies fueron renovados y se comenzó a valorar en gran medida a estas altivas figuras que lucían las prendas más IN del mercado, por eso rápidamente se encargaron montañas a la fábrica, donde Blas dejaba su vida de siete a cuatro. La productividad creció de manera increíble teniendo incluso que ser ampliada la plantilla, contratando para ello a un buen número de jóvenes deseosos de trabajar y ser explotados por cuatro duros (céntimos) de mierda.

Blas sonreía y paría cientos de muñecos diarios. La ciudad era un nido de plástico. Desde sus parques hasta la plaza central, de los bares a los supermercados, ciudadanos ya inmunes a la alegría pululaban como maniquíes, casi casi igualitos a los que ocupaban los escaparates, con o sin rebajas. Antes de entrar a un establecimiento miramos atentos lo que hay afuera, lo que se nos ofrece, esa camisa amarilla con rayas en las mangas. Preciosa. Una oferta única, de esas de pague tres y lleve dos. La chaquetita de imitación del cuero que da el pego perfectamente, si es que no viene el típico listillo o listilla que te toca las narices diciéndote que ja,ja no es auténtico.

En fin, que los nuevos maniquies anoréxicos se exponen lustrosos con ajustadas vestimentas para pesos dignos del tercer mundo. Los gorditos se cabrean y muerden en la cara a las dependientas con chicle en la boca y las gorditas lloran sin control porque no caben en esos nuevos pantalones de campana que tan bien le sientan a la amiga de turno, a la prima y a la pija de clase que va marcando culo terriblemente. Snif, mamá, snif! Debo adelgazar a toda costa; no me pongas alubias ni me permitas comer bollos, ni tan siquiera en el desayuno. Así pasan los meses y las madres se preocupan y llevan a sus hijas al médico con una anemia de tres pares de...narices. Es que cree que está gorda, es que no le vale la ropa que hay en las tiendas. Es que las tallas son bajísimas pero la modelo Josefina Fox las luce divinamente y aún le sobra talla. Qué mundo este!

Blas pasea por la ciudad y mira vitrinas, escaparates, terrazas de cafetería donde llega la dulce fragancia del humo de los coches, las tascas infectadas en las que bebe y olvida la jornada laboral. La fábrica sigue funcionando a tope. Ahora se permiten el lujo de crear a sus figuras con rasgos faciales bien matizados, siendo hasta guapos e incluso sonríen de oreja a oreja con esos tipitos tan finos. Tal vez la crisis vuelva un día a la empresa pues no hará falta tanta producción. Ya hay demasiadas figuras en todos los comercios, todas iguales, cortadas por el mismo patrón, salidas del mismo molde y con el mismo vacío espíritu. Aunque de momento eso es algo que no importa mucho a nadie. Sí, la ciudad sigue siendo la misma, con sus respetables y cívicos ciudadanos que perfectamente podrían ocupar el puesto de estos misteriosos seres de plástico que ni sienten ni padecen ni se niegan a nada, siempre tan dispuestos a dejarse manejar por las manos frías de cualquier vendedor... Cada vez tengo más dudas de cual es la imitación y cual el original entre esta manada de ligeras y correctas estatuas... ¿Lo sabes tú amigo?